Una de las singularidades de la creación poética del presente es que podemos encontrar juntas todas las posibilidades estéticas de los siglos anteriores: hay nuevos clasicismos y poesía neobarroca (conceptista o cultista), poesía simbólica y mística y realismo sucio, hermetismo y poesía comprometida, si bien el momento dominante sigue marcado por la llamada “poesía de la experiencia”, ya mucho más abierta y menos “patrimonializada”.
En esta, una de las pinturas triplicas de la mujer mexicana, la Frida se convierte en un tótem que soporta toda la moral que conlleva este propósito iconográfico. Ella emerge en la pintura como una idílica señal de un “San Sebastián” femenino que no solo soporta flechas sino que es herida y atravesada por un concéntrico falo edificador, cual edificó parámetro donde va cimbrada o sentada la mujer mexicana.